03 agosto, 2009

ACERCA DE AURORA

(La cámara enfoca en primer plano)

Después de un poco menos de dos compases de cuatro pulsos, durante los cuales simplemente se instalan el modo menor y una atmósfera de melancólica ceremonia, la melodía alza vuelo, desde el quinto grado hasta culminar el primer verso en el cielo de la tónica, para luego despeñarse hacia la tónica de la octava inferior, con el águila guerrera. Pero, como durante la segunda línea el texto se eleva audaz, la melodía
– desde el mismo punto de partida que en el anterior – alcanza el tercer grado de la segunda octava, mientras la armonía modula hacia la mediante para que el vuelo triunfal se pose sobre un novedoso modo mayor. La mención de la primera ala azul reconduce la armonía al modo menor original. El cuarto verso incluye la paradoja de un mar mas “alto” que el cielo, mientras la armonía trae reminiscencias de ciertos clisés hispánicos (la secuencia: tónica menor / séptimo / sexto/ quinto grado). Un sobrio intermedio de cuatro compases nos distrae levemente del tema principal, antes del inicio de la segunda estrofa. Aquí, la música se repite. Con exquisito ingenio, el traductor hace coincidir la palabra “alta” con el primer salto hacia la tónica y el punto más agudo de la frase lo alcanza la punta de la flecha (que el áureo rostro imita). Así, en los dos últimos versos, la descripción-metáfora se completa: el ala es paño, el águila es bandera. Llega, entonces, la culminación del aira. La tonalidad se mayoriza (se abrillanta a la cultura de nuestros oídos) para realzar el énfasis de la afirmación: Es la bandera de la Patria mía. Un discreto comentario en el sexto grado menor da indicios de su simbólica génesis (“…del Sol nacida, que me ha dado Dios”). Y los dos versos vuelven a repetirse para que la melodía se reencauce hacia una primera culminación en el nuevo modo mayor, no sin antes transitar un leve abismo cromático que conduce al primer grado sin pasar por el quinto. La orquesta vuelve a cantar lo que se acaba de cantar, ahora que el lenguaje musical puro hace resonar en la memoria el último texto. Y una última vez se subraya de qué se trata antes de que se pose la música sobre la palabra Dios, en la tónica del modo y al alcance de cualquier registro vocal.

(Ahora, la cámara se retira un poco)

Aurora no fue compuesta como canción, sino como parte emotiva de la ópera homónima. Como cabe a toda ópera “a la italiana”, los libretistas Héctor Cipriano Quesada y Luigi Illica, ponen en la voz del tenor Mariano, (patriota, seminarista y enamorado de la hija del jefe de los realistas) esta aria de singular belleza. La acción de la obra se sitúa en la ciudad de Córdoba, adonde llegan las noticias del incipiente movimiento emancipador que ha dado su primer paso el 25 de mayo de 1810. El drama se inicia en un aula de la biblioteca en la iglesia y convento de la Compañía de Jesús, en Córdoba. El seminarista Mariano recibe en secreto un mensaje escondido dentro de un ramo de flores que han depositado ante la Virgen: “Jóvenes: Saludad a la aurora que surge en el cielo de la patria. La lucha por la Independencia principia hoy 25 de mayo; hoy comienza la patria”. El conflicto se instala entre Mariano, adepto a las filas revolucionarias, don Ignacio de la Puente, jefe de la guarnición realista, y Aurora, la hija de este último. En el transcurso del drama, sucede el fusilamiento de Liniers por parte de las fuerzas patriotas. El final (final trágico, como el de muchas de las óperas italianas que conocemos: Tosca, sobre todo Rigoletto – en eso de matar a la propia hija) desemboca en la muerte de uno de los protagonistas (Aurora, muerta por las balas realistas que comanda su padre) en brazos de su amante (Mariano). Sus últimas palabras, mientras amanece: “Mirad, es la aurora. Dios la escribe en el cielo con el sol y en la tierra con mi sangre”. Mientras esto sucede, la orquesta deja oír una cita del Himno Nacional Argentino.

(Ahora, la cámara se aleja un poco más)

No está muy claro si por encargo, el estreno de la ópera Aurora anticipó en poco más de un año los fastos del primer centenario. Nacido Ettore Panizza e inmortalizado como Héctor Panizza, su compositor fue becado por el gobierno argentino para que estudiara en Roma. Allí debutó como director de orquesta en 1899 y se le conoce la composición de cuatro óperas: “Fiancée de la Mer”, “Medio Evo” (estrenada por el célebre Arturo Toscanini), “Aurora” y la postrer “Bizancio”. Siendo la primera ópera estrenada en el Teatro Colón, es de suponer que las autoridades – dignas representantes de la generación del ´80, ese año bajo la presidencia de José Figueroa Alcorta – tuvieron bien en cuenta la temática y la estética que la obra exhibiera. Al fin y al cabo, era un buen momento para que la oligarquía criolla se celebrara a sí misma. No parece casual que el protagonista y héroe fuera un seminarista y que el lugar elegido por los patriotas (en la ficción del argumento) para sostener la resistencia a los realistas, un convento. Sucede también una interesante extrapolación histórica, ya que la conmovedora aria a la bandera es cantada (en la ficción del argumento), un par de años antes de ser creada por Manuel Belgrano. También se permitió Panizza incluir, en el momento de la muerte de la heroína y coincidiendo con la aurora matutina, una cita del Himno Nacional. Resumiendo: el nacimiento simbólico de la Nación se muestra hegemonizado por el eje ejército/iglesia y el nacimiento de la ópera Aurora actúa como acto de apropiación de los orígenes de la Patria por parte de quienes detentan el poder de la Nación. Así como se importa mármol de Carrara para la construcción de sus fastuosos edificios, bien puede importarse al libretista de Tosca, de La Boheme y de Andrea Chénier para construir los tendenciosos cimientos históricos que la obra narra. Que la obra narra en idioma italiano, ya que la traducción de Aurora a nuestro lenguaje no fue un detalle que le importara demasiado a los celebradores del centenario. Recién el 9 de julio de 1945, el entonces presidente Edelmiro Farell y su vice-presidente Juan Perón asistieron al estreno de la versión transcripta por Josué Quesada.

(Ahora la cámara muestra un plano general)

En los alrededores del 9 de julio de 2009, un grupo de intelectuales da a conocer el nacimiento del Grupo Aurora, con el propósito de elaborar propuestas con vistas a “…recuperar las mejores tradiciones enraizadas en el pasado republicano y aportar al inexistente debate de ideas en que se ha sumido al pueblo argentino". Conforman este destacado conjunto numerosos pensadores de la talla de Félix Luna, Jorge Vanossi, Daniel Sabsay, Marcos Aguinis, Atilio Alterini, Horacio Sanguinetti, entre otros. Haciendo expresa mención al factor que los une: “…Se trata de una serie de escritores, historiadores y reconocidos juristas que se definen por el denominador común de ser “no peronistas”, que se presentan también como una alternativa al espacio Carta Abierta, en el cual – acusan – no existe ningún intercambio de ideas. Entre los mencionados integrantes del flamante “think tank” cabe destacar a Horacio Sanguinetti, de triste memoria para los estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires de varias generaciones, operómano y ex director del Teatro Colón (cerrado y semi-destruido y ahora bajo las uñas de otro funcionario de Pro, García Caffi), quien no habrá sido ajeno a la elección del nombre Aurora para designar al engendro. Nadie tiene porqué sospechar que estos bienintencionados pensadores se estén posicionando como vanguardia cultural de un hipotético renacimiento neo-liberal, en vísperas del bicentenario, generando una re-apropiación del espacio simbólico de la Patria por parte de los ancestrales poseedores de bizarros títulos. Ellos no cobrarán por el gesto. Son verdaderos aristócratas del pensar. Coherencia no les falta. Alcanza con acercar y alejar la cámara para ver cómo operan . Por las dudas, pretende éste modesto escrito aportar al “debate de ideas” que ellos proponen.

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